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Jaula de grillos

Somos cuatro gatos, cada uno con sus peculiaridades: Yo, el perezoso, que a menudo paga el pato por cualquier cosa. Mis padres, dos tortolitos de mediana edad que andan todo el día como el perro y el gato; él, que no ve tres en un burro y ella, con memoria de elefante. Y, por último, mi hermana, la oveja negra, siempre con la cabeza llena de pájaros. Todo iba bien hasta que llegó el nuevo vecino a alborotar el gallinero. Un lobo solitario que se movía como pez en el agua. Mi hermana repetía como un loro lo mono que era y empezó a sentir mariposas en el estómago. Papá estaba con la mosca detrás de la oreja y le advirtió que se alejara de ella o le caería la del pulpo. Pese a todo, el pescado estaba vendido y empezaron a salir. Enseguida engatusó a mis padres con su vista de águila para los negocios. Se fue volando cuando un fondo buitre nos dejó en la calle. #historiasdeanimales

Despertares

L a clase se dividía entre los que contábamos los minutos para que llegara el recreo y los que querían seguir haciendo ecuaciones. Dos caras de una misma moneda en perfecto equilibrio. Todo iba bien hasta que el castillo de naipes se vino abajo cuando entró la sustituta, con su melena ondeando a cámara lenta, falda de tubo y una blusa blanca a medio abrochar. Mientras explicaba la lección, sus labios se movían despacio y el sentido de la vista se imponía al resto, junto al olfato, que diseccionaba sus embriagadores perfumes.      Aún recuerdo esos meses de felicidad plena donde el sonido del despertador e ra música celestial y el camino al colegio, el de la gloria.      Por desgracia, el padre Félix regresó de sus misiones, y como si el mundo se pusiera en marcha de nuevo, cada uno volvió a su desanimado rol.    Todavía hoy, seguimos recordándoles por hacer que creciéramos por encima de nuestras posibilidades, y aunque tenemos trabajo y familia, ninguno puede decir que haya cumpl

La receta

  —A ver, ¿me ves?, ¿me oyes?, yo no te veo, ¡maldito cacharro! —Abuela, le oigo bien, dele al botón de la camarita. —Le doy, uy te veo boca abajo. —Jajajaja, ya está, solucionado. Muévalo un poco para atrás que solo le veo el pelo. —Hijo, esto es muy complicado para mí. —Qué va, es usted una artista, ahí, ya está, déjelo ahí, perfecto. —Bueno hijo ¿Cómo estás? —Bien, con ganas de charlar un rato y de que me enseñe la receta. Usted, ¿qué tal? —Triste, muy triste, está siendo duro. —Hay que animarse abuela, lo importante es tener salud. —Cuando tengas mi edad, comprenderás que lo importante es aprovechar el tiempo que te queda con la gente que quieres. Cada minuto cuenta. —Siento mucho lo que está ocurriendo. —Yo sí que lo siento, menos mal que tu abuelo no tuvo que ver esto. —Lo mejor es que no nos juntemos, hay que hacer caso a lo que dice el gobierno. —¡Qué sabrá el gobierno de lo que estamos sintiendo los mayores! ¡Nos están quitando las ganas de vivir! ¿

Aquellos maravillosos años

  Pasamos la mañana con los pies a remojo y, a mediodía, quedamos a tomar el aperitivo con unas jovencitas. Tras ir a comer unas hamburguesas, nos echamos unas risas recordando anécdotas de clase y, entre chapuzón y chapuzón, nos pusimos a jugar al fútbol en la playa, ante la mirada de curiosos que jaleaban el partido. Acabamos el día tirados en la arena, con el rugir de las olas de fondo, y gritando a nuestras ochenta primaveras: « ¡Ya no estamos para estos trotes! ».  #elveranodemivida

Fotogramas

Limpios y relucientes, así me gustaba llevar siempre los zapatos. Mi mujer se reía y solía decir que, de lo inmaculados que estaban, hasta podría comérmelos como hacía Chaplin en aquella película. Aún hoy recuerdo los buenos ratos que pasamos juntos viéndola en el cine, y últimamente, incluso en los peores momentos, todavía veo su sonrisa enfrente de la gran pantalla. Sin embargo, en esta soledad bajo el puente, ya sin fuerzas para llegar al vertedero, resoplo mirando mis zapatos. No sé cuál de los dos me comeré primero.

La maleta

Pasé de guardarte el tirachinas a llevarte vestidos que ni siquiera eran tuyos. Te acompañé en el único viaje que hiciste en avión, donde orgulloso no dejaste de mirar el anillo. Recuerdo pasarlo mal al llegar, en la cinta del aeropuerto, pensando que me habías perdido. Años más tarde, llena de patucos y pañales, hice dos visitas al hospital. Con los niños en el camping cada verano, no parabais de reír. La alegría de esos días saltó por los aires una lluviosa noche cuando, tras varias vueltas de campana, todos quedaron atrapados en el coche. Tras salir de allí, no volví a verlos nunca más. Ahora, con un par de mudas, la cartera sujeta con una goma y una rama de tomillo entre las camisas blancas, permanezco a tu lado apoyada en la cama de esta pensión, tan vieja como tú, con el asa rota y atada con dos cuerdas que espero no utilices.

El espectáculo debe continuar

Como en cada función, el anciano se atusó los bigotes al oír el aviso y se introdujo por el túnel que le debía llevar a la chistera; pero esta vez, el camino había cambiado y los nuevos pasillos eran interminables. A punto de desfallecer, por fin consiguió salir del laberinto. Malherido, apareció en una gran sala sombría con restos de zanahorias por el suelo, llena de otros veteranos como él. Había cientos, miles, y estaban tristes y desaliñados. Buscó una salida para volver por donde vino, pero fue imposible. Resignado, agachó las orejas y se acurrucó en un rincón mientras escuchaba a lo lejos los aplausos del público.