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Mostrando entradas de febrero, 2021

Fotogramas

Limpios y relucientes, así me gustaba llevar siempre los zapatos. Mi mujer se reía y solía decir que, de lo inmaculados que estaban, hasta podría comérmelos como hacía Chaplin en aquella película. Aún hoy recuerdo los buenos ratos que pasamos juntos viéndola en el cine, y últimamente, incluso en los peores momentos, todavía veo su sonrisa enfrente de la gran pantalla. Sin embargo, en esta soledad bajo el puente, ya sin fuerzas para llegar al vertedero, resoplo mirando mis zapatos. No sé cuál de los dos me comeré primero.

La maleta

Pasé de guardarte el tirachinas a llevarte vestidos que ni siquiera eran tuyos. Te acompañé en el único viaje que hiciste en avión, donde orgulloso no dejaste de mirar el anillo. Recuerdo pasarlo mal al llegar, en la cinta del aeropuerto, pensando que me habías perdido. Años más tarde, llena de patucos y pañales, hice dos visitas al hospital. Con los niños en el camping cada verano, no parabais de reír. La alegría de esos días saltó por los aires una lluviosa noche cuando, tras varias vueltas de campana, todos quedaron atrapados en el coche. Tras salir de allí, no volví a verlos nunca más. Ahora, con un par de mudas, la cartera sujeta con una goma y una rama de tomillo entre las camisas blancas, permanezco a tu lado apoyada en la cama de esta pensión, tan vieja como tú, con el asa rota y atada con dos cuerdas que espero no utilices.

El espectáculo debe continuar

Como en cada función, el anciano se atusó los bigotes al oír el aviso y se introdujo por el túnel que le debía llevar a la chistera; pero esta vez, el camino había cambiado y los nuevos pasillos eran interminables. A punto de desfallecer, por fin consiguió salir del laberinto. Malherido, apareció en una gran sala sombría con restos de zanahorias por el suelo, llena de otros veteranos como él. Había cientos, miles, y estaban tristes y desaliñados. Buscó una salida para volver por donde vino, pero fue imposible. Resignado, agachó las orejas y se acurrucó en un rincón mientras escuchaba a lo lejos los aplausos del público.

Alegato

Llevo sufriendo por amor toda la vida. El primer flechazo fue por la niña de la guardería que me quitaba los juguetes. Ya en el colegio, pasó a ser la profesora de matemáticas la que hizo que suspendiera y me quedara sin vacaciones. Así he seguido, cayendo en sus redes, hasta la última, la chica rusa con la que me casé y que hoy, me ha abandonado. Por eso, al pasar por la puerta del centro comercial y verle con las alas, el arco y las flechas con forma de corazón, no me he podido aguantar, señor agente.

Siete segundos

Estaba convencido de que salvaría la vida de su majestad. Aunque confiaba ciegamente en sus conocimientos y en las propiedades de todas esas plantas traídas de tierras remotas, pasaban los días, y por desgracia, no daban resultado. La princesa, entre lágrimas, agarró fuerte la fría mano de su padre y dio la orden. Camino del cadalso, el joven curandero trataba de zafarse de sus verdugos: «¡Por favor, mi señora, os estáis equivocando!». Lo arrodillaron a la fuerza, cerró los ojos y notó el latido del corazón como si quisiera salirse del pecho. Los pocos momentos felices de la infancia que le venían a la mente fueron cortados de raíz con el sonido del filo cogiendo velocidad. La cabeza rodó escaleras abajo y sintió un mareo esos últimos segundos mientras se escuchaba a lo lejos: «¡El rey está vivo!».

Cosa Nostra

Giuseppe, el único varón de la familia siempre fue su hijo predilecto. Aunque yo también tuve mis momentos de gloria, como cuando aprendí a tocar  il canto  familiar con el violín. Hoy, al leer el testamento de papá me he entristecido, nunca entendí esa obstinación por conservar el apellido,  ¡porca miseria!  No había vuelto a abrir la funda hasta ahora, para tocar el réquiem por mi hermano.

Todos los Santos

Al recorrer de nuevo el pasillo de casa, me vienen a la memoria cientos de imágenes. Llego a la cocina, y las burbujas me recuerdan al puchero hirviendo que tanto me gustaba. Encaro las escaleras y cruzo mi habitación. Ya no parece la misma en la que me despertaba el canto del gallo por las mañanas. Salgo flotando por la ventana de la buhardilla y me acerco al patio del colegio para dibujar con un palo la rayuela. De un salto atravieso la plaza, siempre abarrotada en los días de mercado, y donde se oía el sonido del afilador entre los murmullos de la muchedumbre. Aún hoy, me acuerdo de los sábados en verano al volver de cosechar, cuando bailaba en corro al son de los gaiteros. Me sigo deslizando y aparezco en el tejado de la iglesia. Desde la torre del campanario tomo impulso y aterrizo en el cementerio. Con lágrimas en los ojos apoyo la mano sobre la tumba de mis padres, y arranco unas algas. Tras despedirme, me ajusto el traje de buzo y asciendo hasta la superficie. Bajo mis aletas,