Siete segundos

Estaba convencido de que salvaría la vida de su majestad. Aunque confiaba ciegamente en sus conocimientos y en las propiedades de todas esas plantas traídas de tierras remotas, pasaban los días, y por desgracia, no daban resultado. La princesa, entre lágrimas, agarró fuerte la fría mano de su padre y dio la orden. Camino del cadalso, el joven curandero trataba de zafarse de sus verdugos: «¡Por favor, mi señora, os estáis equivocando!». Lo arrodillaron a la fuerza, cerró los ojos y notó el latido del corazón como si quisiera salirse del pecho. Los pocos momentos felices de la infancia que le venían a la mente fueron cortados de raíz con el sonido del filo cogiendo velocidad. La cabeza rodó escaleras abajo y sintió un mareo esos últimos segundos mientras se escuchaba a lo lejos: «¡El rey está vivo!».

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