Todos los Santos

Al recorrer de nuevo el pasillo de casa, me vienen a la memoria cientos de imágenes. Llego a la cocina, y las burbujas me recuerdan al puchero hirviendo que tanto me gustaba. Encaro las escaleras y cruzo mi habitación. Ya no parece la misma en la que me despertaba el canto del gallo por las mañanas. Salgo flotando por la ventana de la buhardilla y me acerco al patio del colegio para dibujar con un palo la rayuela. De un salto atravieso la plaza, siempre abarrotada en los días de mercado, y donde se oía el sonido del afilador entre los murmullos de la muchedumbre. Aún hoy, me acuerdo de los sábados en verano al volver de cosechar, cuando bailaba en corro al son de los gaiteros. Me sigo deslizando y aparezco en el tejado de la iglesia. Desde la torre del campanario tomo impulso y aterrizo en el cementerio. Con lágrimas en los ojos apoyo la mano sobre la tumba de mis padres, y arranco unas algas. Tras despedirme, me ajusto el traje de buzo y asciendo hasta la superficie. Bajo mis aletas, el bullicio del pueblo me dice adiós hasta el próximo noviembre.

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